martes, noviembre 30

Esperanza...

Hay un horizonte, debajo de las piedras. En el pétalo que cae. En el vuelo que se pierde…
Allá en las islas, vacías. Allá. Donde el mar no se agita. Allá. En esa estrella que titila.
Mientras, las miradas, naufragan. Son mil barcos, de mil tripulantes sonámbulos. Que colisionan, como sombras.
Pero el canto de las sirenas despliega sus alas de mariposa y se posa sobre la luna, teje arcoíris oníricos con la niebla nocturna. Teje, desteje, vuelve a tejer.
Hay un horizonte, en la lluvia que ya no se anima, a llover otra vez. Hay otro horizonte, en el río que ya no sabe, cómo volver. Y en la hoja, que un otoño emigró, sin querer.
Hay cuentos, que ya no cantan, porque se suicidaron, las palabras. Y pinceles grises, lloran el silencio, de los colores, en silencio.
Pero, allá, en el horizonte, del horizonte, hay un horizonte. Allá. En esa sonrisa, que se esconde...

jueves, noviembre 4

Un amanecer


Mar de grises en el cielo
Y una brisa tenue y pálida
Llueve en los monótonos senderos
De un bosque ciclópeo de cemento

En los árboles, las aves, de cristalinas alas
Vuelan en vidriosas miradas
Vuelan, encerradas

En el bosque, el río, de filosas llamas
Crepita  su eterno murmullo
Susurra su eterno sollozo
Se desangra hoy, y mañana

En el río, los peces, de extrañas escamas
No se pierden, no se encuentran
Se buscan, en silencio.

Bosque infernal
Tejido de paraísos desesperados
Fatídico laberinto
De hipnosis fatal

La brisa languidece
El aire se enrarece.
Y un suspiro se arroja, cansado
A otro día que amanece…

domingo, octubre 24

Hastío

¿Cuántas muertes habrá que soportar antes de nacer?
 ¿Cuántos nacimientos antes de morir?

La imperiosa necesidad de necesitar una necesidad afila sus dientes en su propia carne y bebe su propia sangre, devorándose de a dolorosos instantes, desgarrándose, desangrándose.
 Esbozos de aliento que no alcanzan a empañar el vidrio de esa maravillosa ventana de cristal de horizonte, se angustian en el reflejo de una eterna batalla de mil colores y una sombra. Sombra que canta endemoniada un canto nocturno de amapolas siniestramente dulces.  
 Gritos que comulgan en un silencio gastado. Gritos que se despluman antes de precipitarse por el precipicio hacia su primer vuelo y yacen, tendidos al pie de los árboles.
Decadencia de bailar caminando, arrastrando los pies que resbalan con las gotas del crepúsculo que se desangra en sublimes cuadros oníricos.
Desesperación de brazadas en un mar sin olas.
Terremoto de quietud aplanadora que silencia hasta el deslizar del río.
Golpe de aire blanco que congela hasta el vaivén de las hojas.
Y la lluvia, que gota a gota orada gigantes de hielo y roca…
Y la sombra que nota a nota teje su canto de amapolas…
Cascada infinita de palabras que temerarias saltan al vacío, y que allí se pierden, y allí ya no se encuentran.
Paciente locura destructora a la espera del fulminante sopor de aromas violáceos, que dibujará la armonía de navegar en cielos de amatista y polvo de astros celestes, de nieve de ángeles y ríos de fuego y rosas, de auroras marinas y cometas de esmeralda...

Y la lluvia, fue río, gota a gota
Fue canto, de amapolas.

miércoles, octubre 6

Hadas

A veces pienso, que sí existen, las hadas.
A veces pienso que la realidad es sólo una palabra, el horizonte sólo una línea pintada y las estrellas copos de nieve que hipnotizados por la luna, no quisieron bajar.
Cuando la luna canta fría, la luna canta lejanía. Cuando la luna canta pálida, la luna ilumina. La luna renace de la muerte del sol, la luna canta muerte, la luna fulmina. La luna canta lágrimas, pero dibuja sonrisas... Camino a su amparo, y siento esa tenue dionisiaca brisa, y sigo caminando, con pasos que son islas. Islas que son eternidad, infinito. Infinitos en que busco una mirada que no sea naufragio, busco y sigo buscando.
Pero a veces pienso, que sí existen, las hadas.
A veces pienso que los sueños no son otra cosa que las espinas de la rosa, que tiñen de de rojo nuestras manos ya astilladas de cristales rotos. Rojo intenso pero lívido, rojo de muerte, de muerte del día, rojo de crepúsculo. Crepúsculo sublime que absorben las nubes, nubes que son deseos extraños, inefables. Nubes con textura de río, que son esencia de magia celestial. Nubes que son esencia de vida.
Y entonces pienso, que sí existen, las hadas...

lunes, septiembre 27

Lluvia


Las primeras flechas ardientes del amanecer lo sacaron de su prolongado embotamiento de la noche eterna, de una más. Impregnadas de su cotidiana dosis de ponzoñosa realidad. Ya ni recordaba hace cuantos soles navegaba en la desolada embarcación, apenas si recordaba el eco lejano de aquella melodía cristalina, de aquella risa que llovió en sus oídos con la dulce esperanza renaciente de los albores primaverales para luego evaporarse con  ígnea aridez desértica de estío.
El apetito oceánico voraz fue reclamando las vidas del resto de la tripulación, así como velas, timón,  mástil y gran parte de las provisiones. El agua se llevó el agua y avivó las llamas.
Ahora la soledad física retraba la soledad real con viva y afilada intensidad. Ahora sólo restaba esperar….
Con suavidad se deslizaba aquél pedazo de madera derruido mientras  aquella sombra evanescente que yacía en cubierta se marchitaba con la  desgarradora indiferencia de la rosa solitaria.  ¿Qué más sino esperar?
Calmo el mar, límpido el cielo, silenciosas las aves. La armonía serena del mar parecía reírse cruelmente de la ironía de su angustia. ¿Qué esperar?... pasos estertóreos arrastraron su desilusión hacia la borda.
El silencio se quebró, el astro se alejó de a poco, parsimoniosamente, ondulando con la tenue melodía del mar, yendo y viniendo estáticamente, acompañando con mordaz mueca el fútil descenso.
Una lágrima etérea se deslizó por su alma derretida mientras una mirada deshidratada se perdía en el horizonte azul difuminado entre pincelazos grises de sombras florecientes que se entrelazaron cubriendo el cielo al tiempo que un viento tempestuoso susurraba una melodía vagamente familiar…

lunes, septiembre 13

Silencio

Y entonces calló, y todos callaron…

En la ventana, sentado… él, que permanecía largas horas del día y de la noche practicando el silencio con una devoción cuasi-religiosa, percibió algo extraño, algo extrañamente exótico. Experimentó una sensación de leve calidez, como al amanecer, con la sutil diferencia de que era plena noche. Subió hasta la terraza, y una vez adoptada su clásica postura de piernas cruzadas y espalda encorvada en la que siempre perdía su mirada, absorbida por la calle y sus habitantes, se dio cuenta de algo que no había percibido aún, esa sensación exótica: el silencio, que como amenazante ola gigantesca cubriendo el cielo precipitó brutalmente su manto gélido inundando cada calle, cada plaza, cada casa, edificio y local, todo a un tiempo. Sólo permanecieron sonando las radios y los reproductores de música. Todos atónitos en aquel instante sólo podían mirar alrededor, intentaban desesperados articular palabra, en vano. Sumamente intrigado, se arrimó hasta el borde del edificio y se dedicó a su tan envolmente pasatiempo: la contemplacion. Dibujando como con delicado pincel cada detalle de tan extraña escena retraba la imagen en su mente. Vio a unas adolescentes alarmadas que intentaban gritar su deseperación, profiriendo en lugar de eso aberrantes alaridos inarticulados e inexpresivos; vio cómo dos taxistas y un conductor alterado se bajaban gruñendo de sus vehículos, derramando lágrimas de furia angustiada, como implorando desesperadamente una explicación, evidenciando en su mirada el peso aplastante de esa sensación tan fatídica que genera la incertidumbre, esa sensación de desnudez total, de vulnerabilidad; vio también cómo las primeras señales de entendimiento, de instinto comunicativo, se dejaban entrever en algunos gestos corporales entre un hombre de caminar lento y pesado acompañado de una mujer que se deslizaba como en el aire a pasos livianos y largos, iban de la mano, cerca de la esquina, ahogando su miedo en la mirada del otro, perdiéndose en ese abismo; también vio cómo un sujeto de perfil bajo en su apariencia y temple frío en sus movimientos pareció entender al instante lo que acontecía y se perdió entre la silenciosa muchedumbre, ágil y veloz como depredador en plena cacería cerca del quiosco,  por donde iba pasando una joven muchacha que parecía no haberse percatado absolutamente de nada, iba levitando perdida en su propio mundo con la mirada absorta en el piso, avanzado parsimoniosamente, con una armonía angustiosa, arrastrando débilmente cada paso -seguramente alguna siniestra y hermosa melodía en sus auriculares, pensó él.
Se pasó horas nadando con armonía discordante en el mar de gente, miró al cielo, allí estaba la luna, hermosa, delicada, tenebrosa, imponente, fulgor ya no frío y argento, sino levemente cálido, como al amanecer, engarzada de destellos dorados que endulzaban el aire ahora más puro y lozano, ya sin las constantes heridas afiladas inflingidas por cada palabra que interrumpía la sinfonía sublime del universo, palabras discordantes, innecesarias. Siguiendo los pasos de su ya rutinario ritual, sacó un cigarrillo del paquete, lo asentó con unos golpecitos sobre el encendedor y agarrándolo con la yema del índice y el mayor, dio un rápido giro con la mano poniéndoselo en los labios siguiendo el recorrido del cigarro con ambos dedos hasta el final, sólo entonces lo prendió, para efectuar una larga bocanada y sumirse en pesadas horas de reflexión y cavilación infinitas… no más palabras en el aire… no más comunicación oral… no más un te extraño… no más un te quiero…  por otro lado no más palabras vacías, ni vaciadas, sólo sentimientos ocultos o camuflados  en la oscuridad y un silencio, un silencio eterno. Lo impactó la imagen de un mundo gestual, más sincero, más pasional, como él lo imaginó alguna vez en esas abismales noches de sombra y profundidad, lo impactó dejándole una sensación totalmente novedosa, la esperanza de un mundo distintos renacía como fénix de las cenizas consumidas.
Un lapso de tiempo indefinido transcurrió mientras se dejaba ahogar en la marea de sus pensamientos que sin saber cómo ni cuándo arrastró su mirada hacia aquella ventana lejana, donde habitaba aquella silueta y su hipnótica, indescifrable pero sincera danza, sagrada, cada puesta de sol. Y ahí estaba, cumpliendo el ritual con la devoción de cada noche. Una vez más le dedicó una mirada oculta entregándose a esa dulce hipnosis onírica que le traía una tenue brisa cálida que se refugiaba en su pecho y lo tranquilizaba. Pero nunca fue más que eso, una ilusión onírica, no podía ser otra cosa, eran mundos distintos, incompatibles, al menos así lo veía él. Pero acorde a la frecuencia de la noche, algo se salió de la rutina, ella descorrió la cortina y encendió la luz, sin vergüenza ya de su expresión corporal; él, aún respirando humo, de pronto volvió a encender su pensamiento, alimentando la condena de sus llamas eternas. La esperanza inundó la expresión de su mirada de tal manera y con tal intensidad que ella, ejercitada también en el arte de la percepción del ser solitario, pudo sentir cómo un desgarrador grito suplicante se alojaba en la profundidad de su alma y la conmovía como nada nunca antes.
Ambas miradas sombrías, cansadas de estar perdidas entre tinieblas, finalmente reconocieron en la esencia del destello de sus ojos, y se encontraron. Como en trance se deslizaron fuera de sus refugios y se encontraron y se miraron a los ojos, se tomaron de la mano y danzaron, en silencio, perdiéndose por las calles cada vez más desiertas, ahogando sus miedos en la mirada del otro, sintiéndose por primera vez libres en el mundo, en ese nuevo mundo que habitaban hace siglos.

jueves, septiembre 2

Río I

Las cuatro paredes iban reduciendo poco a poco el cuadrado de la habitación. Se acercaban casi imperceptiblemente, aprisionándolo, casi aún más que su mente, si fuese posible. Largas noches de frío punzante que hendían como lanzas su cabeza, congelando el mundo en instantes de dolorosa tortura. Pero el tiempo, inmune al hielo y a todo elemento, seguía su eterno y parsimonioso andar, haciendo nacer al sol, privándolo del sentido de la vista, quemando sus ojos.
Un día, seguramente a principios del verano, la intensidad del sol se le hizo insoportable, sintió arder cada milímetro de su cuerpo, creyó estar en el centro de un volcán iracundo que en cualquier momento estallaría y volaría su cuerpo en mil pedazos. Tal sensación lo sacó de su embotamiento, sólo entonces se dio cuenta de que estaba sentado en un cubículo de un escaso metro cuadrado con la puerta delante. Salir, o morir aplastado.
La calle estaba atestada, y el aire caliente lo sumía en un sopor semiconsciente que le hacía perder la noción del espacio y el tiempo. Caminó tropezando con todo lo que se le cruzaba, sin oír los insultos gracias a su mp3, era su ángel guardián que lo protegía del estruendoso vocerío absurdo que tanto lo desesperaba. Caminó, atravesó en su estado de sonambulismo semilúcido avenidas, parques, puentes. Huía del sol y su ardiente lluvia de flechas, las temía, las esquivaba, no las comprendía, lo mortificaban. Caminó hasta que el oscuro manto se tendió sobre el mundo y sus habitantes. Caminó hasta que la vida comenzó gradualmente a desvanecerse como el rocío al mediodía.
Siguiendo a su pálida guía, princesa del firmamento, llegó hasta un río, tenebroso, nauseabundo, pensó en el Ganges pero sabía que era imposible. Cadáveres amontonados cual cardumen de peces hambrientos. La imagen, lejos de desesperarlo, le regaló un soplo de alivio, un susurro de silencio, una sonrisa macabra. ¿Qué tan distinto es este tétrico río de la calle rebosante de personas frenéticas, tan animadas y ‘’vivas’’? – pensó.
En todo caso, prefirió estos silenciosos compañeros, que al menos no se empecinaban en afirmar obstinadamente que en verdad estaban vivos, al menos eran sinceros…
Siguió, ahora más tranquilo y despierto, caminando acompasadamente río abajo, sin cuestionarse el por qué de su inusual fauna, destapó sus oídos y se dejó llevar por la silente brisa apenas perturbada por la suave melodía del agua fluyendo entre los cuerpos, tan apacible, tan tranquila…
En el horizonte, una magnífica cascada y en la lejanía, los atisbos de un inefable mar.
Unas rocas afiladas que con la luna refulgían como plata daban lugar a la gran caída de agua. Alrededor se extendía un lívido bosque de árboles de postura triste, cansada, agobiada, hastiada. Ningún rastro de fauna salvo una lechuza gris de mirada inquisidora que contemplaba meditabunda la escena en lo alto de unas ramas secas que daban la sensación de nunca haber vivido. Se sentó al pie de dicho árbol, apoyando su encorvada espalda en la desgarrada corteza y clavó su mirada en el siniestro e hipnotizante desfile, mientras se iba entregando lentamente a sus hambrientos abismos…
Se iba perdiendo, estaba ya muy lejos, casi en el límite de la dimensión onírica cuando creyó ver algo. Era una estrella fugaz – se dijo. Pero volviendo a la realidad en un pálpito cayó en la cuenta de que era imposible, pues aún continuaba mirando fijamente el río. Absorto, se disponía a reflexionar en qué pudo haber sido, cuando apareció de vuelta, era una sonrisa, no podía ser un cadáver más, esa sonrisa irradiaba vida con un fulgor deslumbrante. Quedó atónito, qué explicación podía tener tal visión, ¿estaba delirando ya? ¿Había colapsado finalmente? No, una tercera vez, ahí estaba, claramente iluminada ahora, una sonrisa, suavemente dibujada como por un pincel tímido y vacilante, pero con colores sinceros, era real. Identificó el cuerpo, envuelto en una largas hebras de cabello del color de la tierra soleada en primavera, enfilaba obligado por el tumulto hacía los filos de las argentas rocas. En ese instante, una verdadera estrella fugaz se reflejó en los ojos acuosos, anhelosos, melancólicos, que acompañaban a la tibia sonrisa. Y el los vio, no era un sueño, su amada luna y todas las estrellas estaban de testigos, los vio, allí había vida, vida real, sincera. Dejó los porqués en el olvido y se lanzó al caudal que ya se precipitaba al vertiginoso borde, nadó desesperado en el fluido putrefacto, apartando cadáveres con furia hasta que llegó a ella, se abrazó al cuerpo ansiado, cerró lo ojos y ambos cayeron por la cascada, como gotas de lluvia decididas a destrozarse en el impacto con cualquier obstáculo que se interpusiera.
La lechuza cantó tres veces, y la albura del amanecer comenzaba a abrirse paso…

viernes, agosto 27

Diálogo

A: ¡Loco, ya es el quinto pucho que prendés en una hora!
B: Trato de distraerme de vos, ¡pelotudo!
A: ¿En serio? ¡Pero qué bien funciona! Ni siquiera me percaté. Idiota.
B: No me presiones, conozco formas más drásticas.
A: Lo sé, te he visto practicarlas, y ahí estuve, acompañadote, todas tienen el mismo grado de funcionamiento efectivo: nulo.
B: Ya tuvimos esta discusión, ya sé todo esto, por qué no me dejás tranquilo y dejás de ‘’acompañarme’’, por qué siempre te pegás a mí, como una sanguijuela, succionandome lentamente hasta dejarme vacío, inmóvil, inerte.
A: Pará, pará, pará. ¡Ahora soy yo el culpable de que seas prácticamente un vegetal sumido en tu apático y absurdo recluimiento! Ah, bueno, estó ya supera los límites…
B: ¿No te das cuenta? ¿No te percatás de que te estoy pidiendo ayuda y no más complicaciones?
A: Las complicaciones lo son por que así las querés ver.
B: ¡Es que es complicado en verdad!
A: A ver… dame ejemplos.
B: …
A: ¿Y?
B: …
A: ¿Ves que no tenés idea? ¡Hablás por hablar! ¡Hacete cargo de vos mismo!
B: No es fácil con vos rompiendo las pelotas. TODO el tiempo.
A: Yo simplemente te oriento.
B: ¡Ah! ¡Por eso es que tengo la exacta certeza de donde estoy, qué quiero y por dónde voy!
A: Te quejás de la inacción, a ver decime: ¿qué estás haciendo para enfrentarla?
B: Nada.
A: ¡Pero que bien! ¡Nunca se me hubiera ocurrido mejor solución! ¿Se te ocurrió a vos solito?
B: ¿Y qué carajo querés que haga ‘’orientador’’ mío?
A: Algo, ¡Algo! ¿Qué estás haciendo ahora por ejemplo ahí recluido torturandote con música, intoxicándote, cavilando con tan indiferente semblante cuando en realidad estás al borde del colapso nervioso? ¿Qué estás haciendo?
B: Me dejo poseer por el espíritu nocturno, él si ayuda, no como otros…
A: Ah, ¡Pero claro! ¡Qué ayuda el irrumpir en vos y hacerte dar vueltas y vueltas en círculo, encerrado, borrandote las pocas sonrisas que cosechaste durante el día tornándolas ríos salados que no fluyen, que se estancan, y se pudren, en vos! ¡Qué ayuda magnífica alimentando esa naúsea que te consume, alimentando esa hoguera infernal que embota tus sentidos y te deja tumbado! Dejá la oscuridad para cuando estés muerto, ¡Pelotudo! Por que… por sí no lo sabías, te aviso que aún estás vivo…
B: Talvez, pero hace tiempo dejé de sentirlo…
A: Por que te dejaste morir boludo, me vas a decir que no tuviste oportunidades de sentirte vivo, de salir de tu sepultura, ¿qué me decís de ella?
B: Ella, me persigue casi más que vos, no ella, la idea de ella claro. La quiero ver, quiero que me acompañe, que caminemos juntos…
A: Pedíselo.
B: No sé, ya pasó mucho tiempo, la chispa nunca ardió.
A: Porque la pusiste en una caja de plata boludín, ¡¿desde cuando el fuego arde en la plata, tan fría, tan soberbia?! La tenías que alimentar, sólo eso, ella se acercó, con su danza hipnótica y esperanzante, con los ojos anhelosos, sólo tenías que darle espacio y material para que arda, para que se tornara flama, ella sólo quería arder con vos. Entendió que te estabas consumiendo lentamente, al igual que ella, sólo quería acompañarte, dejarse devorar por las llamas, con vos, y renacerían juntos, los dos. Renovados, con ojos nuevos ya no vacíos sino intensos, sedientos, de luz, aire y vida.
B: Pero si todos los días la espero, la busco con la mirada.
A: Desde la ventana, como siempre. No esperes magia, creála. A ella no le podés pedir absolutamente nada, te tendió su mano, tendió un puente, hizo magia. Pero no es tan poderosa, se está desvaneciendo, sabe que estás al otro lado, sólo tenés que cruzar. No tengas miedo, es sólido, no sé para que te preocupás, de todas formas sabés volar.
B: ¿No te acordás que me arranqué las alas, pluma, por pluma, por pluma? ¿No te acordás que las afilé con mis dientes para desgarrar mi piel lentamente? ¿No te acordás que luego las clave una, tras otra, tras otra, en aquél frágil cuerpo, para esparcirlo, para respirarlo, para inmortalizarlo?
A: Me acuerdo, pero vos no te acordás de que podés regenerarte, estás hecho de fuego. No podés vivir de memorias, de las mismas, siempre. Tenés que crear nuevas, a cada paso, a cada paso que late al ritmo de tu corazón, ese es el camino. Talvez no puedas volar nuevamente aún, pero podés caminar en el aire. Tenés que cruzar este océano.
B: Para qué. ¿Qué sentido? ¿Qué… en este vacío funesto? ¿Qué?
A: La armonía no se construye en solitario, ya deberías saberlo. Y tu melodía sinceramente ya me cansó, tan monótona, densa, pesada, angustiante, hastiante. Pero podés cambiarla, fundirla, fusionarla, dejar que vuele, libre, ¡más allá de las mismas putas cuatro paredes de siempre!
B: …
A: No es difícil, no es una certeza tampoco, pero… ¿Y si probás? Sabés lo bien que te haría caminar acompañado, que te ayuden a levantarte cuando el camino es sinuoso, por más que estés acostumbrado.
B: Caminar, acompañado… sabiendo que puedo tender mi mano y será agarrada, saber que puedo generar una sonrisa en ese par de ojos tan ensimismados, tan cansados. Saber que puedo correr, compartir mi libertad, dejarla ser, hacerla ser. Sería…tan… armonioso, pacificante, esperanzante… tan… lindo.
A: ¡Pero qué veo! ¿Es eso una sonrisa?
B: …
A: A mí no te me hagás el tímido, yo sé como sos, si soy vos.



Se levantó, acompasadamente, con la intención de abrir la ventana, pero antes miró a través de ella el vacío oscuro, profundo, abismal, hipnótico, tan hipnótico, girando, en espirales, girando, girando, girando…

jueves, agosto 26

Camino

Matarte,
sepultarte,
desterrarte.

Tu esencia,
en los ríos
y las estrellas.

Como aire,
sonrisas de aire
envolviéndo.
Las cadenas,
Flotan, livianas
En el aire.

Matarte.

Sangre negra,
la angustia
de la rosa.
En las manos
Y las alas,
pluma
por pluma
por pluma.

Afilada danza,
Roja sangre
Sangre de fuego.

Una,
Otra
Otra.
Doloroso éxtasis
Fuego y cenizas,
ardientes cenizas.

Aniquilación,
Inmortalización.
Eternidades efímeras,
Recurrentes.

En la tierra, el sol,
La luna, el río
Y la brisa…

Devoraré tus ojos; mi vida, veré la luz de las sombras. Te cortaré las manos; mis cadenas, seré libre, crearé. Tu cabello ensangrentado ya no podrá cegar la prístina noche con sus fulgurantes destellos; pues cada uno colgaré, de una estrella. Y tu corazón, sepultaré, en la profundidad del mar, para nadar, en él. Para sumergirme, en él, para ser él y fluir, en la melodía de la brisa eterna.

Beberé tu sangre, hasta la última gota mi vida, para poder vomitarte luego, querida, a cada paso, en cada rincón, al pie de los árboles, en la orilla del río, en las nubes; amenizando este infierno, para poder, invitar a los astros a descender, jalando de tus cabellos, para que absorban las llamas, que devoran.


Oníricos lienzos,
Colores extraviados
En la persecución sombría.
Desde las cenizas
Volando, tejiendo
Sublimes ocasos, infinitos.

Matarte,
sepultarte,
esparcirte.


La montaña,
ahora nube
ahora río,
ahora camino...

martes, agosto 24

La chispa

La noche era cálida, prometía abrasadoras llamas de aire. Pero el otoño estaba floreciendo, con su canto de muerte, de dulce hipnótica muerte. Los vientos húmedos arremolinados anunciaban en tono amenazante los inminentes llantos del cielo adolorido por el acompasado desfile de los colores a las sombras. Y mientras caminaba con la ya tan conocida sensación gris de cada día - esa pesada liviandad, de haber concluido las ‘’obligaciones’’ y de tener que confinarse voluntariamente obligado a esas cuatro paredes insoportablemente protectoras que se habían configurado como su hogar- entre las cavilaciones recurrentes y el sonido de la música, divisó una extraña luz, intrigado fue a ver, dándose cuenta de que era un charco de agua que estaba reflejando la pequeña luz, se dio vuelta asombrado y vio una chispa, como una astilla de madera inmolada flotando a metros suyo, como una microscópica hada que parecía absorta en una extraña e hipnótica danza, atrayéndolo, promentiéndole con su alma de fuego la renovación, la destrucción para poder renacer, de las cenizas. El la tomó en su mano, y se la llevó, pensando y reflexionando en un caminar frenético, llegó a su refugio. Guardó la chispa en una cajita de plata, en una cajita musical a la que de vez en cuando da cuerda, en los días nublados y fríos. Una mística melodía nace de ella, hermosa, sublime, un canto de esperanza agonizante que promete luz, la blanca luz del amanecer.


Pero él… le teme a la claridad, sus sombrías nubes lo elevan, lo cuidan, lo envuelven en una inocua alienación, desde de donde ve con impotente anhelo nada más que sombras, nubes negras; tinieblas difusas en toda dirección.


Ya no sale de su guarida, sólo mira por la ventana la vida pasar, cada tanto recuerda a la mágica chispa, esa pequeña luz de esperanza, sabe que aún vive a duras penas allí en su cajita de plata, sabe que puede hacerla salir con un mínimo esfuerzo y sabe que con ella puede herir con rayos de fulgurante muerte a las tenebrosas nubes, pero no se anima, se dice que no sabría controlarlo, se autoconvenció de ello, se resignó, y sólo se dedica a enloquecerse dolorosa y lentamente, dejándose adormecer por las narcóticas y amargamente dulzonas fragancias de la apatía y la indiferencia.


Incomprensible es en verdad el miedo a morir estando ya muerto.
Se engaña, se miente, y lo sabe, pero tiene miedo, un miedo que lo paraliza y no puede pensar, siente que del cielo empiezan a caer miles de flechas en llamas y tiene miedo, de consumirse en el fuego y no saber resucitar. Y corre, a su refugio, y mira, por la ventana, sentado, por las noches, sólo mirando, sin ver, sólo soñando, sin actuar, sin llorar, sin reir... Sólo mirando, por la ventana, mientras la chispa lentamente se apaga.