miércoles, diciembre 5

cosidad de la nocosa


tengo ganas de indecir,

se me saltan las palabras,

atraviesan los cuadros,

los caminos de los pinceles,

y no puedo


quiero  ser la a de aletheia

y aletear  y sobrevolar

por el resto de las letras,

 no ser murciélago


sólo


sino


eso que no 

martes, noviembre 13

Imposibilidad de decir hola

El tiempo es una cascada, las gotas los días
Y se sacuden las paredes, y se sacude el planeta tras de las paredes, nada ni nadie entonces, advierte nada
Tiembla el cielo, como tiembla el mar, como tiembla el suelo, como trémulo fuego
Tiembla la paz, es guerra la paz, paz de rocas, paz de ruinas rotas.
 Lo que no tiembla: la sombra. Nunca tiembla la sombra
Hay muchas luces, las sombras florecen, y florecerán

Apagá la luz, que quiero verte.

No un apretar el botón
La luz

Tejer una red sin hilos
Escribir sin tinta ni papel
Acariciar un sinuoso cuerpo de humo
Alumbrá sin luz, no prendás la luz

Ser, ser nada, nada
Se cierne
el sonido se discierne
un gemido

Y dos miradas se repelen en la oscuridad.



miércoles, octubre 31

quid



Y a ver, decime entonces
Decime qué
Un qué desconocido
Nunca suspirado nunca
Susurrado
Gemido.
Hay fraguas hay fuego,
 chispa y aliento en
Aquel herrero de
taller sin espejos.

sábado, agosto 25

He aquí aquel

Pasó toda su vida mirando las estrellas, intentando contarlas, perdiendo la cuenta.
Se sentó al pié de los árboles, miles de miles de árboles, nunca le habló a ninguno.
Siempre anheló, mirar de frente, fijamente, a los ojos de una lechuza. 
Nadaba en los pantanos, de noche, sin luna.
Nada.
Un dormir de aire. Y nada.






martes, julio 3

.


¿Que harías si te lo digo,
Qué si te digo que todo es
Mentira, fraude, burda farsa:
Máscara, pretexto, vil disfraz?

Que ni ella, ni noche, ni astros hay.
Nadie canta ni danza, nada.
Hielos yermos, ningún fuego ha
Arriesgado el más mínimo haz.

¿Qué si cae el telón, el fin al fin, y prenden la luz?
¿Qué si mirás y no ves más que sangre, bilis, pus?

¿Podrías no llorar una lágrima,
Seguir caminando y no sufrir?
Los colores agonizan y
Las sombras ríen, muy felices.

Ya sé que ríen, y que gozan
Conozco la niebla, conozco
Como tejen y destejen y
Sufro por esos presos ojos.
 
Si ningún abrigo brindase
Un calor de fuego, a mi alma,
Haría como hago, pues hace
En verdad, frío demasiado.

Vagaría por límites de cimas y simas
Bajo mi vieja capa de ocasos de sonrisas,
Cazando atento luciérnagas entre penumbras,
Esos ojos con el brillo de la luz que alumbra.

¿Viendo ambos lados de la luz no
Podríais acaso decidir?
¿O preferís la floja cuerda y
Un delirio de cruel balancear?

Una eterna brisa sobre el mar,
Leve rocío en un desierto.
Un leve vacío que hambriento
Teme cortarse con reflejos.

Pero aún se oye aquel débil bufido aún sin cuernos
Lazando exhalaciones, tejiendo embestida.
Hará trizas el espejo, podrá entonces verse
Desnudo ante la pared desnuda y conocerse.

martes, junio 12

Cuanto más conozco a los hombres, más quiero a mi perro


Podría esperar hasta que se desintegre el planeta. Hasta que se evaporen los ríos, los mares y los océanos. Hasta que se pulvericen los cuerpos de los hombres, de los animales y de los árboles. Hasta que el universo sólo fuese un suspiro en el vacío. Y seguir esperando, sin haber sabido nunca qué.
-Podrías también no…
Ojos inermes ante una despiadada falange de sombras.
Degustación insípida.
Ruido fútil sobre un silencio.
Fragancias deletéreas que agonizan en el clímax de la putrefacción.
Indiferencia de una piel reseca que se plaga de llagas.
Y un ser que parece padecer.
-¿O padece parecer?
Podría pasar una eternidad contemplando la llama de una vela en su danzar inmóvil en el silencio de la penumbra, una vacuidad que se apaga, que retorna a la nada.
-Las velas, en los espejos, ¿no emiten reflejo?
Hay paisajes no reflejados por ningún espejo.
-Hay cada vez más hombres, que perros.

Te invitaría a trepar un árbol, y a que jugásemos a ser hojas, balanceándonos.
Te diría, con la mirada, agarrándote de la mano, que saltásemos: rodaríamos cuesta abajo, abrazados, cubriéndonos de la tierra del suelo, bajo el cielo.
Me gustaría decirte, bajo una luna llena, que no te muevas, invitarte a que fuésemos el suelo, bajo un cielo, bajo la magia del cielo. Hasta que se evaporen los ríos, los mares y los océanos. Hasta que suspires un universo. Y -sé, sabés, sabemos que- en ese universo... habría menos hombres, habría más perros.

lunes, mayo 21

Brisa


Y sí, te estás yendo. Estás desvaneciéndote en el aire. No me provoqués miedo. Llevate con vos mis miedos.
Ahora sos la brisa por la que el tiempo se desliza. Nadie puede dejar de respirarte. No puedo dejar de respirate.  
Estás hecha para que las copas de los árboles se mezan. Sos la caricia del suelo, de la tierra, del pasto sobre la tierra. Sos el agua del cielo, no la lluvia sino el agua del cielo, donde se nada con las alas.
-¿Las sombras acaso respiran?
Caminás sin pasos, vas atrás y mis pasos como sobre telaraña, con cautela; vas también delante, y mis pasos de cascada suspendida en el aire, sin freno, ningún freno.  
Translúcido.
Etéreo.
El viento me va a atravesar, ya no hay pared, vas a tener frío.
Bajo mi sombra el fuego te abrasará, huí a los árboles, la sombra fresca de los árboles.
-¿Vivir en palabras, bajo las palabras, sobre las palabras, es más, o menos vivir?
Se derraman sonidos, se derrama saliva. Se derrama sangre. Se derrama semen. Se derrama tinta. Se derrama agua, se derraman lágrimas. No se ven los bosques tras de los árboles.
-¿Por qué no escribir más cuentos con vida? No temás que se te acabe la vida.
Aún puedo dibujarte con mi aliento en la ventana.
Aún puedo hacerte llover.
Lo que no puedo, es caminar despierto.
No grités, me vas a destrozar el sueño.

sábado, mayo 12

Acta non verba


Hay días, hay, también noches, dicen.
Asoma el sol tras la montaña, en danzas circulares.
Por la noche la luna, desamparada, ruega destellos de luz, y es envidia de los planetas y de las estrellas.
Hay vida, tras cada mirada, en el ritmo de los corazones, en los cuerpos, dicen.
Las rocas están muertas, pero aún así viajan, dicen que no. Viajan volando, arrastrándose. Se aman, se odian, caminan juntas, caminan solas. Conversan, y se conectan. Hacen música las rocas y el viento,  poesía de derrumbes de los movimientos cadentes de días y de noches.

sábado, abril 7

Escorpión

De repente  un impulso, un arrebato. Despojó con ternura risueña y ansiosa a su cuerpo de sus ropas y se zambulló en el agua verdosa. El musgo, las algas, los residuos y las inquisidoras miradas acariciaban su piel recorriendo su cuerpo entero que se deslizó grácil de extremo a extremo. Al llegar al pequeño muelle volvió un poco en sí, y se vio no ya con sus ojos, sino con los que la miraban, estaba nadando en pelotas en el medio de la plaza. Emergió como sirena que por vez primera vio tierra. Se acurrucó bajo a un árbol y rompió a llorar con la cabeza entre las rodillas, derramando lágrimas tibias sobre su sexo tibio

Las lágrimas y un charco de plata, y un ser que cobra vida, se despliega, se yergue y habla:
-Sequesé.
-Tengo miedo de
Prenderme fuego.
-Sequesé.
-No quiero.
¿Por qué?
Por que sé que sé.
-¿Qué?
-Que no puedo volver.
-¿A dónde querés volver?
-A ver, a ver el agua desde el agua. A ser las olas, a ser la rabia. A ser la calma, la calma. Y eso sólo puedo verlo, siendo lágrimas.

El ser explota, atravesado, por el eco de otro llanto. Explota y refresca las hojas del árbol, un palo borracho adornado de vivas flores como llamas, ardientes llamas de nubes y dragones al atardecer.
Desde el cielo, desde el fondo del cielo despierta un sendero lunar entre las luces artificiales, un canto de sombras entonado por un escorpión sobre una roca, y un sentir la arena tibia abrigando a los pies. Un deslizarse lunar. Un maelstrom iluminado en el mar.


martes, marzo 20

Maelstrom

Salí hacia la costa, me embarqué. Sentí la brisa, remé y remé, bordeando la orilla.
No me olvidé. Cargue el rifle, traje balas, estoy bien. Remé tranquilo en la noche turbia de luz difuminada. Me acerqué al faro, apunté, disparé. Le devolví al mar su oscuridad, para que no inhiba su ímpetu, su visceral vehemencia de trueno.
El mar me agradeció, me protegió de infortunios y de fortunas, me brindó alimento y muchas lluvias. Sopló hacia donde tenía que ir, y así fui. Aniquilando esos ojos curiosos, febriles inquisidores de la negra calma, impertinentes.
El mar me invitó, ya tranquilo, ya seguro. Dijo que me deje abrazar por la calma y la brisa salada. Me arropé con la estrellas. Las olas sutilmente alejábanse de la costa, se replegaban sobre sí y consigo me arrastraban muy suaves.
¡Y cómo faltar ella! En su manto de plumas de lechuza blanca, su perturbador encanto, su sonrisa mística. Su hipnosis, sus ojos. Una pira de amapolas sobre un fuego de plata. Una danza violácea, circular, en espiral. Una espiral hacia el centro del mar.

domingo, marzo 4

Aullido lunático

Hay una marmita burbujeante. Una sopa de ojos. Ojos y burbujas hierven en la marmita negra de aguas verde-oscuras, cual pantano alumbrado por un rayo de luna.
Hay una mano blanca que revuelve y agrega ingredientes.
Hay una túnica gris, harapienta, que se desplaza de un lado a otro levantando tierra.
Hay unos ojos mirando los ojos y un mórbido dulzor en una nariz.
Hay una voz, triste y apagada, melódica, insondable, que musita palabras, que unos ojos leen de un raído libro, mientras unas manos tenaces y suaves vierten el brebaje en un recipiente.
Hay, también, unas lágrima inefable que resbala y que cae.

Hay un pescador borracho, al lado del río, debajo de un árbol, absorto en un suspiro de horizonte.

Hay un perro encerrado en el sótano. No puede dormir.
Hay una gota que desde una fisura se desploma, cae y vuelve a formarse y a desplomarse, orada el suelo de cemento, ya hay un hueco.
No puede dormir. Se desespera y ladra, gruñe y gime de rabia. Está atado, encadenado; no puede saltar, ni correr, ni jugar. Tiene hambre, no puede correr, nadie baja a darle de comer.
Tiene sed, bebe de la gota que no cesa de caer, mas no sacia su sed.
Gime, llora, aúlla, se acurruca en un rincón y no distingue ya, las formas en la oscuridad. No hay sombras, pues no hay luz. Hay el ruido de la gota, y la gota que le sigue, y así.

Despegando sus ojos lagañosos, ya casi de noche, con el último rayito de luz, despierta el pescador, aún algo borracho, aún debajo del árbol.
Su caña reposa aprisionada en una grieta entre dos rocas, cerca del agua, casi demasiado, como queriendo remontarse río abajo. Él no recuerda haberla dejado allí.
Le duele la cabeza, le duelen los ojos.
‘’Yo no dejé la caña ahí’’ –piensa-. Se acerca a ella y enrolla el carril que no vuelve, no cede, no quiere. Piensa que debe de haberse enganchado, sigue tirando. Cede. Parece que trae algo, algo extraño.  Trajo su anzuelo un huevo dorado, grande, de metal labrado. Permanece inmóvil un instante, con la caña en la mano, pasmado, viendo el huevo colgado, balanceándose pesado.
Restregándose los ojos, sintiendo la brisa fría en el rostro, el pescador piensa que tiene, en verdad, mucha, mucha hambre. Emprende el camino, retorna a su morada, frustrado, con su huevo dorado.

La humedad se infiltra, entre las grietas de las paredes mal hechas, por debajo de todo abrigo, hacia el núcleo de sus huesos. Frío, el pescador siente mucho frío.
La leña está mojada, no arde, no prende, no quiere.
Se desviste, recorre con ojos y manos su cuerpo trémulo cuerpo desnudo, se vuelve a vestir y se envuelve en su derruido manto de colores, ya grises los colores. Enciende una vela, luz delicada que también tiembla, como su cuerpo al desnudo, también a ella la arropa y la resguarda, encerrándola en una traslúcida coraza de vidrio.

El huevo dorado, sobre el polvo de la mesa, brillando opacamente a la luz de la vela,  inquisitivo, no cesa de mirarlo con múltiples ojos, de diversos tamaños, conectados todos por ductos acanalados, espiralados, también dorados. ‘’Cosa rara’’ –pensó-, lo alzó en sus manos, lo encontró más pesado que cuando lo trajo.
Rugió un trueno como el desplomarse de una montaña entera. Soltó el huevo, sobresaltado, se le resbalo de los dedos y cayo al suelo, rodó hacia la chimenea, acurrucándose entre las brasas de un fuego extinto. El pescador cavila, embotado, confundido, se hunde, es ya sólo el dolor de sus ojos presionados por sus manos.
Un olor extraño se extiende, abruma las paredes, lo obliga a voltear la cabeza, hacia la chimenea. Encuentra, que el huevo se enrojece, como un sol diminuto atardeciendo. Un líquido rojo y espeso, sanguinolento, brota y surca los canales, se expande, va inundándolo todo,  baña sus pies, es sangre.
Fija la mirada en el huevo de oro ahora rojo más que el fuego, nota que éste le devuelve la mirada, abre sus ojos, gran número, y mira penetrando en toda dirección. Mira todo, también sus ojos, y no pestañea.
Inmóvil hasta la brisa. Todo se petrifica por las miradas. Tan concentradas penetrando, escrutando minuciosamente, que ardieron, de su intensidad brotó incandescente un estático fuego.
‘’Pero si es el mismísimo sol –pensó el pescador- el mismísimo sol prendiendo ahí en mi chimenea –mientras se restregaba los ojos irritados- y ahora brilla más va… va explotar –pensó y exhaló atento, sin desterrar de sus ojos el fuego-.
Un estampido sordo con la fuerza de mil toros lo despidió hacia la pared como haría una ráfaga otoñal con una hoja seca, atravesó la pared. Frenó brutalmente contra un sólido, ciclópeo árbol, y cayó, destrozado, a sus pies. Un débil, casi extinto aliento exhalaba una leve llovizna de su sangre sobre el pasto en torno a su cara y la luz súbitamente se apagó, y fue la noche más negra.
De las cenizas, aun calientes, del huevo, moscas nacieron. Volaron, se esparcieron, imprimiendo en su estela un dulce aroma a canela quemada y a rosas muertas. Olfatearon, en las sombras, dieron con su cuerpo trémulo y tibio, se lo comieron.
Un perro perfumado con una deletérea fragancia a entierro, luego, enterró sus huesos, al pié del árbol, luego huyó, en el bosque aulló, con la lunática tristeza del aullido.

martes, enero 31

Maya

Estás ahí sentada en tu trono dorado, inmutable, con gesto altivo. Yo te miro desde la ventana ahora abierta, ya no cerrada, siento la brisa de las estrellas refrescándome la cara.
Dadivada por, con toda certeza, inenarrables cosechas, te mostrás tan dadivosa en apariencia... Lucís ostentosos vestidos, muy coloridos, muy festivos, parece que vas a una fiesta muy elegante, nadie ya va a querer ni, innegablemente, poder ver con sus ojos otra cosa que no seas vos  -nadie nunca ya- y tu danza.
Te ves tan graciosa, tan risueña, tan sol de atardecer.
Te veo danzando con todos a la vez, seduciendo hombres, mujeres, animales, árboles y flores, todos extasiados con tu danza perfumada de amapolas.
La existencia toda, embriagada, tambaleante, con los ojos entrecerrados, se arremolina en un ensueño irresistible; alucinación laberíntica que se alimenta de todas las vidas y las vidas de las vidas, que ya no siguen ningún ritmo y se cruzan, atolondradas, a lo largo del prado y te veneran, enceguecidas, irremediablemente posesas.
Y vos tan grácil, tan sonrisa de medialuna. Declamando descarada ostentosas riquezas y famas, y regocijo en las camas.
Veo un frenesí superlativo disfrazado con un brillo diamantino que se lava con el agua, entran y salen corriendo de latas en latas.
Huelo los perfumes deletéreos tan silenciosos, tan brisa de amanecer...
Oigo la nada expresada en mil formas, mil palabras.
Delirio en el delirio de los delirios, suena la música, también las liras -¡También deliran!-. Las latas usadas, se tiran a la basura, se compran nuevas, si no, se fabrican.
Veo un río de rocas sin agua, sin aire, sin alma, vacías, sólo rocas, desplomándose una tras de la otra, apilándose, formando áridas montañas macizas.
Veo esa danza, tras las máscaras de las máscaras, mas no de la tuya. Tu cara no la veo. Veo tu cuerpo encadenado a tu danza. Quítate tu velo.

Dejame beberte, ferviente, como a una copa de vino ardiente.
Acércate, ¡vení para acá!
Traé para acá tus piernas danzantes y bailá
conmigo sin tus noches, sin tus días.
No me mires así, no me hables más
de colores ni de flores y sus dulces olores.
Sacate la ropa, mostrame
las tetas, apretalas contra mi pecho.
No me hablés más.
No me distraigas.
No me enredes en tu tejidos de araña, silencia
tu hábil, tu retorcida lengua
viperina, mejor besame, dale.
Respirame cerquita, dejame hacerte caricias en las piernas.

Basta de correr por los senderos.
¡Tan coloridas las sombras!
Vení para acá, ya.
Yacé conmigo esta noche tan noche, demos hogar
a horas eternas de extático desenfreno, hagamos temblar
las paredes y los cielos de estos
 laberínticos bosques crípticos
 ¡Que se derrumben! se incineren, desintegren...

Mirame a los ojos
A los ojos ojos,
La ventana esta está abierta,
Te veo.
¡Quítate tu velo, Maya
Soy yo, te lo ordeno!