martes, junio 12

Cuanto más conozco a los hombres, más quiero a mi perro


Podría esperar hasta que se desintegre el planeta. Hasta que se evaporen los ríos, los mares y los océanos. Hasta que se pulvericen los cuerpos de los hombres, de los animales y de los árboles. Hasta que el universo sólo fuese un suspiro en el vacío. Y seguir esperando, sin haber sabido nunca qué.
-Podrías también no…
Ojos inermes ante una despiadada falange de sombras.
Degustación insípida.
Ruido fútil sobre un silencio.
Fragancias deletéreas que agonizan en el clímax de la putrefacción.
Indiferencia de una piel reseca que se plaga de llagas.
Y un ser que parece padecer.
-¿O padece parecer?
Podría pasar una eternidad contemplando la llama de una vela en su danzar inmóvil en el silencio de la penumbra, una vacuidad que se apaga, que retorna a la nada.
-Las velas, en los espejos, ¿no emiten reflejo?
Hay paisajes no reflejados por ningún espejo.
-Hay cada vez más hombres, que perros.

Te invitaría a trepar un árbol, y a que jugásemos a ser hojas, balanceándonos.
Te diría, con la mirada, agarrándote de la mano, que saltásemos: rodaríamos cuesta abajo, abrazados, cubriéndonos de la tierra del suelo, bajo el cielo.
Me gustaría decirte, bajo una luna llena, que no te muevas, invitarte a que fuésemos el suelo, bajo un cielo, bajo la magia del cielo. Hasta que se evaporen los ríos, los mares y los océanos. Hasta que suspires un universo. Y -sé, sabés, sabemos que- en ese universo... habría menos hombres, habría más perros.