martes, marzo 20

Maelstrom

Salí hacia la costa, me embarqué. Sentí la brisa, remé y remé, bordeando la orilla.
No me olvidé. Cargue el rifle, traje balas, estoy bien. Remé tranquilo en la noche turbia de luz difuminada. Me acerqué al faro, apunté, disparé. Le devolví al mar su oscuridad, para que no inhiba su ímpetu, su visceral vehemencia de trueno.
El mar me agradeció, me protegió de infortunios y de fortunas, me brindó alimento y muchas lluvias. Sopló hacia donde tenía que ir, y así fui. Aniquilando esos ojos curiosos, febriles inquisidores de la negra calma, impertinentes.
El mar me invitó, ya tranquilo, ya seguro. Dijo que me deje abrazar por la calma y la brisa salada. Me arropé con la estrellas. Las olas sutilmente alejábanse de la costa, se replegaban sobre sí y consigo me arrastraban muy suaves.
¡Y cómo faltar ella! En su manto de plumas de lechuza blanca, su perturbador encanto, su sonrisa mística. Su hipnosis, sus ojos. Una pira de amapolas sobre un fuego de plata. Una danza violácea, circular, en espiral. Una espiral hacia el centro del mar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario