Palabras, pronunciadas, sin sentido. No se escuchan, y aunque sí, ¿qué?
¿Qué es comprender? Entender una mirada, co(n)-fundirse, podría decirse que eso. Y eso no es hablar con palabras. Las palabras pronunciadas limitan los mundos, los universos posibles.
No me hablés. No hablemos más. Caminemos conversando con nuestros pasos, como ayer, al sol, volviendo del lago, ¿notaste que nuestras sombras parecían agarrarse de la mano?
La armonía perfecta, si la hay, si puede aseverarse que existe algo susceptible de ser llamado perfecto tal y como usamos actualmente el término, eso es el silencio. El silencio es el no-ser o, dicho de otra manera, El Ser, con mayúsculas, un verbo supremo. Por lo tanto, ejercer la práctica del silencio es una acción suprema. No hablo del silencio absoluto, del vacío insondable, hablo de otro silencio, hablo de la paz, de la calma. ¿Notaste mi mirada buscando atravesar tus silencios?
La lluvia también es silencio, porque es paz, es armonía milagrosa, la vida misma viviendo. En otros tiempos alabé a la lluvia como canto, ahora me doy cuenta de que en realidad es silencio. El sonido de la lluvia es entonces uno de los sonidos del silencio, sí, el silencio suena, y no pienso que sea una afirmación contradictoria. Como hoy, abajo de la lluvia de verano, ¿no tuviste la impresión de que podíamos desaparecer si nos hubiésemos mirado a la ojos un minuto entero? Hubiésemos sido silencio, silencio en el silencio.