viernes, agosto 27

Diálogo

A: ¡Loco, ya es el quinto pucho que prendés en una hora!
B: Trato de distraerme de vos, ¡pelotudo!
A: ¿En serio? ¡Pero qué bien funciona! Ni siquiera me percaté. Idiota.
B: No me presiones, conozco formas más drásticas.
A: Lo sé, te he visto practicarlas, y ahí estuve, acompañadote, todas tienen el mismo grado de funcionamiento efectivo: nulo.
B: Ya tuvimos esta discusión, ya sé todo esto, por qué no me dejás tranquilo y dejás de ‘’acompañarme’’, por qué siempre te pegás a mí, como una sanguijuela, succionandome lentamente hasta dejarme vacío, inmóvil, inerte.
A: Pará, pará, pará. ¡Ahora soy yo el culpable de que seas prácticamente un vegetal sumido en tu apático y absurdo recluimiento! Ah, bueno, estó ya supera los límites…
B: ¿No te das cuenta? ¿No te percatás de que te estoy pidiendo ayuda y no más complicaciones?
A: Las complicaciones lo son por que así las querés ver.
B: ¡Es que es complicado en verdad!
A: A ver… dame ejemplos.
B: …
A: ¿Y?
B: …
A: ¿Ves que no tenés idea? ¡Hablás por hablar! ¡Hacete cargo de vos mismo!
B: No es fácil con vos rompiendo las pelotas. TODO el tiempo.
A: Yo simplemente te oriento.
B: ¡Ah! ¡Por eso es que tengo la exacta certeza de donde estoy, qué quiero y por dónde voy!
A: Te quejás de la inacción, a ver decime: ¿qué estás haciendo para enfrentarla?
B: Nada.
A: ¡Pero que bien! ¡Nunca se me hubiera ocurrido mejor solución! ¿Se te ocurrió a vos solito?
B: ¿Y qué carajo querés que haga ‘’orientador’’ mío?
A: Algo, ¡Algo! ¿Qué estás haciendo ahora por ejemplo ahí recluido torturandote con música, intoxicándote, cavilando con tan indiferente semblante cuando en realidad estás al borde del colapso nervioso? ¿Qué estás haciendo?
B: Me dejo poseer por el espíritu nocturno, él si ayuda, no como otros…
A: Ah, ¡Pero claro! ¡Qué ayuda el irrumpir en vos y hacerte dar vueltas y vueltas en círculo, encerrado, borrandote las pocas sonrisas que cosechaste durante el día tornándolas ríos salados que no fluyen, que se estancan, y se pudren, en vos! ¡Qué ayuda magnífica alimentando esa naúsea que te consume, alimentando esa hoguera infernal que embota tus sentidos y te deja tumbado! Dejá la oscuridad para cuando estés muerto, ¡Pelotudo! Por que… por sí no lo sabías, te aviso que aún estás vivo…
B: Talvez, pero hace tiempo dejé de sentirlo…
A: Por que te dejaste morir boludo, me vas a decir que no tuviste oportunidades de sentirte vivo, de salir de tu sepultura, ¿qué me decís de ella?
B: Ella, me persigue casi más que vos, no ella, la idea de ella claro. La quiero ver, quiero que me acompañe, que caminemos juntos…
A: Pedíselo.
B: No sé, ya pasó mucho tiempo, la chispa nunca ardió.
A: Porque la pusiste en una caja de plata boludín, ¡¿desde cuando el fuego arde en la plata, tan fría, tan soberbia?! La tenías que alimentar, sólo eso, ella se acercó, con su danza hipnótica y esperanzante, con los ojos anhelosos, sólo tenías que darle espacio y material para que arda, para que se tornara flama, ella sólo quería arder con vos. Entendió que te estabas consumiendo lentamente, al igual que ella, sólo quería acompañarte, dejarse devorar por las llamas, con vos, y renacerían juntos, los dos. Renovados, con ojos nuevos ya no vacíos sino intensos, sedientos, de luz, aire y vida.
B: Pero si todos los días la espero, la busco con la mirada.
A: Desde la ventana, como siempre. No esperes magia, creála. A ella no le podés pedir absolutamente nada, te tendió su mano, tendió un puente, hizo magia. Pero no es tan poderosa, se está desvaneciendo, sabe que estás al otro lado, sólo tenés que cruzar. No tengas miedo, es sólido, no sé para que te preocupás, de todas formas sabés volar.
B: ¿No te acordás que me arranqué las alas, pluma, por pluma, por pluma? ¿No te acordás que las afilé con mis dientes para desgarrar mi piel lentamente? ¿No te acordás que luego las clave una, tras otra, tras otra, en aquél frágil cuerpo, para esparcirlo, para respirarlo, para inmortalizarlo?
A: Me acuerdo, pero vos no te acordás de que podés regenerarte, estás hecho de fuego. No podés vivir de memorias, de las mismas, siempre. Tenés que crear nuevas, a cada paso, a cada paso que late al ritmo de tu corazón, ese es el camino. Talvez no puedas volar nuevamente aún, pero podés caminar en el aire. Tenés que cruzar este océano.
B: Para qué. ¿Qué sentido? ¿Qué… en este vacío funesto? ¿Qué?
A: La armonía no se construye en solitario, ya deberías saberlo. Y tu melodía sinceramente ya me cansó, tan monótona, densa, pesada, angustiante, hastiante. Pero podés cambiarla, fundirla, fusionarla, dejar que vuele, libre, ¡más allá de las mismas putas cuatro paredes de siempre!
B: …
A: No es difícil, no es una certeza tampoco, pero… ¿Y si probás? Sabés lo bien que te haría caminar acompañado, que te ayuden a levantarte cuando el camino es sinuoso, por más que estés acostumbrado.
B: Caminar, acompañado… sabiendo que puedo tender mi mano y será agarrada, saber que puedo generar una sonrisa en ese par de ojos tan ensimismados, tan cansados. Saber que puedo correr, compartir mi libertad, dejarla ser, hacerla ser. Sería…tan… armonioso, pacificante, esperanzante… tan… lindo.
A: ¡Pero qué veo! ¿Es eso una sonrisa?
B: …
A: A mí no te me hagás el tímido, yo sé como sos, si soy vos.



Se levantó, acompasadamente, con la intención de abrir la ventana, pero antes miró a través de ella el vacío oscuro, profundo, abismal, hipnótico, tan hipnótico, girando, en espirales, girando, girando, girando…

jueves, agosto 26

Camino

Matarte,
sepultarte,
desterrarte.

Tu esencia,
en los ríos
y las estrellas.

Como aire,
sonrisas de aire
envolviéndo.
Las cadenas,
Flotan, livianas
En el aire.

Matarte.

Sangre negra,
la angustia
de la rosa.
En las manos
Y las alas,
pluma
por pluma
por pluma.

Afilada danza,
Roja sangre
Sangre de fuego.

Una,
Otra
Otra.
Doloroso éxtasis
Fuego y cenizas,
ardientes cenizas.

Aniquilación,
Inmortalización.
Eternidades efímeras,
Recurrentes.

En la tierra, el sol,
La luna, el río
Y la brisa…

Devoraré tus ojos; mi vida, veré la luz de las sombras. Te cortaré las manos; mis cadenas, seré libre, crearé. Tu cabello ensangrentado ya no podrá cegar la prístina noche con sus fulgurantes destellos; pues cada uno colgaré, de una estrella. Y tu corazón, sepultaré, en la profundidad del mar, para nadar, en él. Para sumergirme, en él, para ser él y fluir, en la melodía de la brisa eterna.

Beberé tu sangre, hasta la última gota mi vida, para poder vomitarte luego, querida, a cada paso, en cada rincón, al pie de los árboles, en la orilla del río, en las nubes; amenizando este infierno, para poder, invitar a los astros a descender, jalando de tus cabellos, para que absorban las llamas, que devoran.


Oníricos lienzos,
Colores extraviados
En la persecución sombría.
Desde las cenizas
Volando, tejiendo
Sublimes ocasos, infinitos.

Matarte,
sepultarte,
esparcirte.


La montaña,
ahora nube
ahora río,
ahora camino...

martes, agosto 24

La chispa

La noche era cálida, prometía abrasadoras llamas de aire. Pero el otoño estaba floreciendo, con su canto de muerte, de dulce hipnótica muerte. Los vientos húmedos arremolinados anunciaban en tono amenazante los inminentes llantos del cielo adolorido por el acompasado desfile de los colores a las sombras. Y mientras caminaba con la ya tan conocida sensación gris de cada día - esa pesada liviandad, de haber concluido las ‘’obligaciones’’ y de tener que confinarse voluntariamente obligado a esas cuatro paredes insoportablemente protectoras que se habían configurado como su hogar- entre las cavilaciones recurrentes y el sonido de la música, divisó una extraña luz, intrigado fue a ver, dándose cuenta de que era un charco de agua que estaba reflejando la pequeña luz, se dio vuelta asombrado y vio una chispa, como una astilla de madera inmolada flotando a metros suyo, como una microscópica hada que parecía absorta en una extraña e hipnótica danza, atrayéndolo, promentiéndole con su alma de fuego la renovación, la destrucción para poder renacer, de las cenizas. El la tomó en su mano, y se la llevó, pensando y reflexionando en un caminar frenético, llegó a su refugio. Guardó la chispa en una cajita de plata, en una cajita musical a la que de vez en cuando da cuerda, en los días nublados y fríos. Una mística melodía nace de ella, hermosa, sublime, un canto de esperanza agonizante que promete luz, la blanca luz del amanecer.


Pero él… le teme a la claridad, sus sombrías nubes lo elevan, lo cuidan, lo envuelven en una inocua alienación, desde de donde ve con impotente anhelo nada más que sombras, nubes negras; tinieblas difusas en toda dirección.


Ya no sale de su guarida, sólo mira por la ventana la vida pasar, cada tanto recuerda a la mágica chispa, esa pequeña luz de esperanza, sabe que aún vive a duras penas allí en su cajita de plata, sabe que puede hacerla salir con un mínimo esfuerzo y sabe que con ella puede herir con rayos de fulgurante muerte a las tenebrosas nubes, pero no se anima, se dice que no sabría controlarlo, se autoconvenció de ello, se resignó, y sólo se dedica a enloquecerse dolorosa y lentamente, dejándose adormecer por las narcóticas y amargamente dulzonas fragancias de la apatía y la indiferencia.


Incomprensible es en verdad el miedo a morir estando ya muerto.
Se engaña, se miente, y lo sabe, pero tiene miedo, un miedo que lo paraliza y no puede pensar, siente que del cielo empiezan a caer miles de flechas en llamas y tiene miedo, de consumirse en el fuego y no saber resucitar. Y corre, a su refugio, y mira, por la ventana, sentado, por las noches, sólo mirando, sin ver, sólo soñando, sin actuar, sin llorar, sin reir... Sólo mirando, por la ventana, mientras la chispa lentamente se apaga.