martes, agosto 8

Las espinas sin voz

Todos los clavos, apretalos, tomá mi mano.
El veneno es el antídoto, tomateló, hasta la última gota, hasta que caminés sobre botellas rotas.
Una mano, punto, final. Nada más. Nada menos. No te ahogues.
Decidimos... nominar. Huracán.
Todos los clavos, apretalos.
Ese fútil intento de métrica correcta, de decoro moral, de deber ser normal, me lo tomé, me emborraché, y lo vomité, a tus pies. Lo estoy limpiando, con un trapo empapado con desifectante, y perfumito.
Los clavos, todos. Los clavos. En los pies, en las manos.
A veces me despertabas, a la noche, te sorprendía dándome pinceladas, en la cara, yo te escupía sonrisas y los dos nos tapábamos, con la sábana.
Apretalos. Apretalos, los clavos. No me duele y quiero sangrar, por algún lado, pero para afuera, apretalos.
Retrato de pasado; en tu espejo mi cará reflejaba la carencia, anhelada, de retazos cosidos de telas viejas, que guardabas, en el fondo del placard.
Los clavos, martillalos, destrozame entero, y enterrame, por ahí, en el suelo, algún suelo.
Huracán.
Retrato de futuro; una vez me dormí, y me desperté ese hoy con olor a ese mañana. Me bañé, me lavé bien y salí a a correr, y volví, sin querer, a darte un abrazo.
Salió el sol, qué lindo eso, el sol. Alumbra, el sol. Da calor, el sol. No
Los clavos.
Algún suelo.
Todos los cielos se ven, mirando, para arriba. Cada día, por separdo, como cada martillazo, clavando.


Los clavos.