De repente un impulso, un arrebato. Despojó con ternura risueña y ansiosa a su cuerpo de sus ropas y se zambulló en el agua verdosa. El musgo, las algas, los residuos y las inquisidoras miradas acariciaban su piel recorriendo su cuerpo entero que se deslizó grácil de extremo a extremo. Al llegar al pequeño muelle volvió un poco en sí, y se vio no ya con sus ojos, sino con los que la miraban, estaba nadando en pelotas en el medio de la plaza. Emergió como sirena que por vez primera vio tierra. Se acurrucó bajo a un árbol y rompió a llorar con la cabeza entre las rodillas, derramando lágrimas tibias sobre su sexo tibio
Las lágrimas y un charco de plata, y un ser que cobra vida, se despliega, se yergue y habla:
-Sequesé.
-Tengo miedo de
-Sequesé.
-No quiero.
¿Por qué?
Por que sé que sé.
-¿Qué?
-Que no puedo volver.
-¿A dónde querés volver?
-A ver, a ver el agua desde el agua. A ser las olas, a ser la rabia. A ser la calma, la calma. Y eso sólo puedo verlo, siendo lágrimas.
El ser explota, atravesado, por el eco de otro llanto. Explota y refresca las hojas del árbol, un palo borracho adornado de vivas flores como llamas, ardientes llamas de nubes y dragones al atardecer.
Desde el cielo, desde el fondo del cielo despierta un sendero lunar entre las luces artificiales, un canto de sombras entonado por un escorpión sobre una roca, y un sentir la arena tibia abrigando a los pies. Un deslizarse lunar. Un maelstrom iluminado en el mar.