Estás ahí sentada en tu trono dorado, inmutable, con gesto altivo. Yo te miro desde la ventana ahora abierta, ya no cerrada, siento la brisa de las estrellas refrescándome la cara.
Dadivada por, con toda certeza, inenarrables cosechas, te mostrás tan dadivosa en apariencia... Lucís ostentosos vestidos, muy coloridos, muy festivos, parece que vas a una fiesta muy elegante, nadie ya va a querer ni, innegablemente, poder ver con sus ojos otra cosa que no seas vos -nadie nunca ya- y tu danza.
Te ves tan graciosa, tan risueña, tan sol de atardecer.
Te veo danzando con todos a la vez, seduciendo hombres, mujeres, animales, árboles y flores, todos extasiados con tu danza perfumada de amapolas.
La existencia toda, embriagada, tambaleante, con los ojos entrecerrados, se arremolina en un ensueño irresistible; alucinación laberíntica que se alimenta de todas las vidas y las vidas de las vidas, que ya no siguen ningún ritmo y se cruzan, atolondradas, a lo largo del prado y te veneran, enceguecidas, irremediablemente posesas.
Y vos tan grácil, tan sonrisa de medialuna. Declamando descarada ostentosas riquezas y famas, y regocijo en las camas.
Veo un frenesí superlativo disfrazado con un brillo diamantino que se lava con el agua, entran y salen corriendo de latas en latas.
Huelo los perfumes deletéreos tan silenciosos, tan brisa de amanecer...
Oigo la nada expresada en mil formas, mil palabras.
Delirio en el delirio de los delirios, suena la música, también las liras -¡También deliran!-. Las latas usadas, se tiran a la basura, se compran nuevas, si no, se fabrican.
Veo un río de rocas sin agua, sin aire, sin alma, vacías, sólo rocas, desplomándose una tras de la otra, apilándose, formando áridas montañas macizas.
Veo esa danza, tras las máscaras de las máscaras, mas no de la tuya. Tu cara no la veo. Veo tu cuerpo encadenado a tu danza. Quítate tu velo.
Dejame beberte, ferviente, como a una copa de vino ardiente.
Acércate, ¡vení para acá!
Traé para acá tus piernas danzantes y bailá
conmigo sin tus noches, sin tus días.
No me mires así, no me hables más
de colores ni de flores y sus dulces olores.
Sacate la ropa, mostrame
las tetas, apretalas contra mi pecho.
No me hablés más.
No me distraigas.
No me enredes en tu tejidos de araña, silencia
tu hábil, tu retorcida lengua
viperina, mejor besame, dale.
Respirame cerquita, dejame hacerte caricias en las piernas.
Basta de correr por los senderos.
¡Tan coloridas las sombras!
Vení para acá, ya.
Yacé conmigo esta noche tan noche, demos hogar
a horas eternas de extático desenfreno, hagamos temblar
las paredes y los cielos de estos
laberínticos bosques crípticos
¡Que se derrumben! se incineren, desintegren...
Mirame a los ojos
A los ojos ojos,
La ventana esta está abierta,
Te veo.
¡Quítate tu velo, Maya
Soy yo, te lo ordeno!