Me voy con la espada en alto, con pasos altivos, sintiendo mis pies hundiéndose en la cálida tierra del camino. Y entono un canto de batalla y sonrío enseñando los dientes, encendiendo un fueguito que guardo y cuido.
Con las fuerzas diestras y el filo frío, hendiré los cielos, los mares, los cuerpos. Esa espada con lágrimas encarnadas resbalando, se clavará en la tierra, se abrirá la tierra voraz y gozosa recibiendo la incisión como ofrenda, guareciéndola. Y de aquélla herida brotarán un día árboles de fuego, y de sus ígneos frutos comeré ávido, hasta la saciedad infinita, que no conoce hartazgo. Y el fueguito será ya entonces hoguera que mira de frente a las estrellas.
Y con las fuerzas siniestras golpearé mi pecho fornido insuflado de aire ardiente cual dragón bravío. Bucearé en el mar estelar, del caos interno, de adentro; y quemaré las mil telarañas que tejieron, los mil laberintos que erigieron, los mil abismos y su fachada de flores encantadoramente corrompidas. Todo abrasaré, con mi fuego; todo abrazaré luego, con mi fuego.
Me voy con la espada en alto, con pasos altivos, temblando la tierra bajo mis pies aguerridos, con el alba en el horizonte y de mil leones el bramido.